
Siempre estuvo allí,
en mis defensas y acusaciones,
cuando en algún momento desfallecía,
sus palabras eran energías
que brindaban a mis musculos
fuerzas para la resistencia,
su aliento brindaba
una suerte de viento
que me empujaba hacia delante.
Pero llegó aquel día
mis ojos dejaron de verte
con esa aureola de protección,
tus palabras no tenían
el mismo efecto anterior,
traté de enceguecerme
ante aquellos hechos,
pero tus palabras
me los abrieron nuevamente,
esta vez no para verte grande,
sino más bien para verte
en una caída sin fin.
A donde se habrán ido
aquellos consejos omnicientes,
que confortaban mi aliciente
vagante por las orillas
del mundo subconciente,
haciendo tranquilizarse
a los mudos personajes
que van errantes dentro del doliente
caos que le dicen mente.